Fotógrafo del mes 6/18



  Amadeo Velázquez - Paraguay -  Galería

Amadeo Velázquez (Asunción, 1977) se dedica al fotoperiodismo y la fotografía documental con énfasis en Derechos Humanos, abarcando temas relacionados a Pueblos Indígenas, Migrantes, Campesinos, Mujeres, Niñez y Adolescencia, Adultos Mayores, Damnificados de zonas inundadas, entre otros sectores de la sociedad que se encuentran en situación de vulnerabilidad. Es hijo y nieto de fotógrafos. Egresado de Fotografía Superior en la Escuela de Fotoperiodismo de la Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina, tiene más de 20 años de trayectoria como fotoperiodista y editor fotográfico. Realizó exposiciones individuales y colectivas dentro y fuera del país. En Paraguay trabajó en los periódicos Hoy, Popular y ABC Color.. En 2003 dejó el Paraguay para recorrer Latinoamérica por tierra. Pasó por Argentina, Uruguay, Brasil, Venezuela, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Guatemala y México. Trabajó en la empresa de noticias SIPSE, en el periódico “Quequi Q. Roo”, fue colaborador con la Agencia de Fotos MVT de la ciudad de Toluca, México, y Jefe de Fotografía del periódico Imagen de Zacatecas, México. En 2011 fue becado por la AECID (Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo), FONCA (Fondo Nacional de las Artes de México) y la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, para desarrollar su documental fotográfico sobre los migrantes mexicanos deportados en la frontera entre Estados Unidos y México. En el 2012 regresó al Paraguay, colabora con la Agencia Suiza Latinphoto, con la organización inglesa OXFAM, el organismo sueco DIAKONIA, y como docente de Fotografía en la Universidad Católica del Paraguay y la Universidad Politécnica y Artística del Paraguay. En 2014 es seleccionado para participar del Festival de La luz, el más importante certamen de fotografía de Latinoamérica, que se realiza en Buenos Aires, Argentina. Con el apoyo del FONDEC, publicó el libro “El Pueblo Enxet, la búsqueda de una Tierra”, reportaje fotográfico de varios años sobre los indígenas Enxet del Chaco Paraguayo. Sigue estudiando y explorando ideas.



Amadeo Velázquez

Siendo hijo y nieto de fotógrafos, desde muy joven desarrollé este oficio heredado de mi padre y abuelo. Una técnica que poco entendía en mi niñez pero que me despertaba mucha curiosidad por el carácter místico que tenía la fotografía química. Recuerdo los relatos de mi padre, de cómo usaban la ampliadora para copiar fotos con la luz del sol, abriendo y cerrando la ventana de la casa por segundos para dejar pasar la luz que convertiría lo intangible en papeles con imágenes de retratos y paisajes. Era para mí una especie de cuentos de magos y alquimistas. A los 14 años trabajaba como fotógrafo para una revista deportiva, pero seguía sin entender bien el proceso que venía luego de la toma fotográfica. De lo que ocurría después de sacar el rollo de mi cámara. Hasta que tuve la oportunidad de trabajar en un laboratorio fotográfico de un periódico nacional. Para ese entonces tenía 16 años y el laboratorio se había convertido en mi lugar favorito, donde aparte de revelar “diapositivas” y negativos “blanco y negro” de las coberturas periodísticas de los compañeros fotógrafos, pasaba horas jugando con reveladores y fijadores, generando casi al azar simpáticas obras plásticas. Afortunadamente tuve grandes maestros laboratoristas en mis inicios y lo aprendido en el cuarto oscuro me sirve hasta la actualidad. Antes de cumplir los 18 años, en el periódico donde trabajaba empezaron a llegar las “minilabs”, que eran unas máquinas que revelaban y secaban los rollos en forma automática, en menos de la mitad del tiempo en comparación con el laboratorio manual. Fue entonces que me preguntaron, por ser el más joven del equipo, si tenía interés de pasar al área de digitalización de imágenes, donde por primera vez empezábamos a dar tratamiento a las fotografías desde un ordenador. El mundo de la fotografía analógica iba cediendo lugar a la era digital, que en poco tiempo conseguiría la aceptación de los grandes medios de comunicación, por su inmediatez y economía. Algo que marcaría un cambio de paradigmas y que a muchos les resultó difícil de asimilar. A pesar de todo, la fotografía seguía siendo lo que era, una herramienta mecánica para congelar el tiempo, lo único que estaba cambiando era el soporte. Empecé a interesarme en el fotoperiodismo, me ofrecieron trabajo como editor de fotografía en otro periódico y acepté. Cuando ingresé solicité a la jefatura de fotografía que me tuvieran en cuenta también para las coberturas fotográficas. Afortunadamente mi pedido fue escuchado y pude retomar mis salidas a la calle con la cámara al cuello. Durante varios años anduve explorando el lenguaje del fotoperiodismo y definitivamente fue mi mejor escuela. Pero la técnica fotográfica no fue lo único que me han enseñado mis familiares, habiendo ellos migrado del campo a la ciudad, me transmitieron desde mi infancia la sensibilidad social y el importante vínculo entre la tierra y las personas. Con el tiempo esa fuerte influencia fue construyendo en mí un ser comprometido socialmente, integrando organizaciones que luchan por los derechos humanos fundamentales. Dejando a un lado en un primer momento mi lado artístico, para sacar lo político que también corría en mis venas. Pasó un tiempo para que me diera cuenta que podía utilizar la fotografía como una eficaz arma de denuncia, intentando mostrar lo que muchas veces no se ve, o no se quiere ver. El rostro de la gente menos favorecida. Fue entonces que empecé a combinar estas dos cosas en mis proyectos personales, lo fotográfico y lo social. Empecé a involucrarme más con lo periodístico, tratando de darle profundidad investigativa a ciertos temas y sin apuro, ir construyendo historias. Me sentía más cómodo que con lo que conseguía a diario, una foto suelta que me dejaba con ganas de seguir indagando en torno al tema. Hasta que llegue a entender que mi lenguaje era la fotografía documental.

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